miércoles, 21 de febrero de 2018

FRÁGILES


Creo que uno de los peores defectos de la humanidad es dar las cosas por sentadas. Ser conscientes de todo lo que nos rodea obviamente nos abrumaría, pero pasar por la vida creyendo que todo es eterno tampoco es la mejor solución.
Paul Bowles en su libro “El cielo protector” tiene una frase que lo define perfectamente. “…todas las cosas ocurren solo un cierto número de veces, en realidad muy pocas (...) y sin embargo todo parece tan ilimitado”.
Concretamente Paul, hablaba de las veces que volveríamos a ver la luna de día, cosa que me encantó ya que tengo cierta fijación por la luna. Cuando anochece tengo la manía de buscarla en el cielo. Esta semana está creciente, me atrae especialmente esta fase, porque es la que dibujamos de pequeños en las esquinas de las hojas de los deberes. Puede que sea porque es la que sale en los cuentos que leíamos y personalmente porque me recuerda a cielos exóticos que probablemente no vea jamás o que puede que vea algún día. Cuando la luna está creciente pienso en el cielo de Tánger, en el desierto y en conversaciones de noche cerca del mar. 
Pero ¿qué pasa cuando además de la belleza del momento, damos por sentadas cosas que no son para nada seguras? Lo que no decimos hoy, lo que no hacemos, escuchamos o leemos hoy puede que no tengamos tiempo de hacerlo. En  la película “Las horas” Nicole Kidman disfrazada de Virginia Wolf, decía que alguien debía morir para que los otros apreciasen la vida. Ella mataba al poeta. No creo para nada que sea una decisión acertada, hay escasez de poetas en la vida cotidiana. Pero la entiendo, a veces el poeta debe morir. Y sólo así los demás se darán cuenta de la existencia de la poesía.
Soy, o intento ser, de naturaleza optimista, pero debo confesar que últimamente me siento un poco fastidiada. Y creo que es por la indiferencia que nos está infectando. Como si fuera un virus, somos capaces de oír o ver verdaderas salvajadas sin que nos afecten. Estoy convencida que estamos perdiendo la capacidad de sentir. Y si nos olvidamos de indignarnos ante la atrocidad y de defender lo que es justo, poco a poco me da miedo que nos olvidemos también de apreciar, de amar o de sentir el placer con todo lo bueno.
Si el dar por sentadas las cosas nos lleva a cierta apatía, ésta nos está robotizando lentamente. Y el final de la humanidad no vendrá de un desastre natural como un meteorito descontrolado o con el alarmante y real cambio climático, el final de la humanidad vendrá de la falta de sentimientos.  
Que todo sea frágil, puede asustarnos, pero precisamente que todo sea frágil es lo que lo hace precioso e inolvidable. Sea la luna en el cielo, un gato durmiendo al sol, una declaración de amor en una pizarra o un poema en el móvil.
Hace poco me quejé en una conversación de lo poco que me gusta sentirme vulnerable, pero pensándolo bien, decido que sentirse vulnerable es uno de las mejores sensaciones del mundo. Es soltarse y confiar, es no querer controlar todo y dejar que lleguen las sorpresas, aceptar las buenas y luchar contra las malas. La vulnerabilidad es un sentimiento y los sentimientos nos hacen humanos.
Esta semana os mando más deberes. Me encantaría que intentéis apreciar la fragilidad y que descubráis que dentro de un momento fugaz puede existir la eternidad. Naturalmente también quiero que sintáis amor, rabia, dulzura o descontento y que lo expreséis. Puede ser una semana interesante.Contadme y sed felices.



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