sábado, 1 de diciembre de 2012

Esos tiempos en que ganaban los buenos...


A muy temprana edad mi padre me dijo una vez que siempre ganaban los buenos. Teoría corroborada por las películas de “Sesión de Tarde” que normalmente eran Westerns. Una vez mi madre, por lo bajinis, me dijo “No te lo creas, los buenos ganan poco, lo que pasa es que tu padre tiene muy buena fe”.
Yo como buena Escorpio, decidí no hacer caso de lo que me decían ninguno de los dos y seguir investigando. Lo que pasa es que lo pregunté al cura que me preparaba para la primera comunión y claro, el sermón me desmontó del todo. También le pregunté si esos niños a los que ayudábamos en el “Domund” eran pobres porque no eran buenos. Después de poner los ojos en blanco, me contó que Dios premiaba a los buenos en su reino celestial. Naturalmente, tampoco entendí nada de nada. Pero en vez de insistir, decidí volver a buscar la solución en los libros. Por aquel entonces yo leía “Mujercitas”, y la escritora ñoña resultó estar de acuerdo con mi padre. Siempre ganaban los buenos. Unos pocos años después, mi libro de cabecera pasó a ser “Yo, Claudio” de Robert Graves, y ese señor le dio la razón a mi madre. Los buenos ganan poco. No encontré ningún libro que le diera la razón al cura.
Mis dudas, en la adolescencia se disiparon. Estar seguro de tus opiniones es lo mejor de esa edad. Pero mis incertidumbres volvieron multiplicadas, cuando empecé a pensar. Ahora mi estado es el desconcierto.
No estoy desconcertada. Soy una desconcertada. Porque pasado un tiempo con cierto estado de ánimo, ese estado de ánimo ya forma parte de tu ser.
Yo que crecí estudiando en EGB, que al ser tímida y no jugar demasiado en la calle, mis niñeras fueron esas películas americanas de Doris Day, y esas españolas de Tony Leblanc y Conchita Velasco. Yo que casi crecí en el sueño americano. Y de verdad creí que habría un futuro dorado para mí y todos los de mi alrededor.
Un día me di cuenta del verdadero drama. No era la falta de futuro, sino la falta de interés en el futuro.
Vengo de una generación que heredó la tierra conquistada, pero que no fue  educada para conquistar. Y me siento un poco avergonzada de mi misma por no hacer más. Y me siento muy avergonzada cuando veo que se pierden los derechos por los que mi padre lleva luchando toda su vida. Puede que los buenos no siempre ganen, pero ahora se una cosa. Los buenos luchan. Aunque sepan que van a perder, porque el triunfo está en la conquista, en la fe, en saber que vas a la cama habiendo hecho del mundo un lugar mejor.
No se que haré con mis dudas y mi desconcierto. Supongo que intentar que no me dominen. Y empezar a conquistar mundos. Sin grandes gestos, en primer lugar, porque no sabría como hacerlos y después, porque al fin y al cabo, los pequeños gestos sumados se convierten en grandes.






lunes, 24 de septiembre de 2012

Heráclito, el cambio y yo.


Todo cambia, nada permanece. No nos bañaremos dos veces en el mismo río.  El Ente deviene y todo se transforma en un proceso de continuo nacimiento y destrucción al que nada escapa.
Y no lo digo yo, sino Heráclito el Oscuro, un señor que dedicó su vida a pensar, a misantropear (sí, ya se que este verbo no existe) y a confundir mis tardes domingueras, dejándome una sensación de que es inútil lo que hagas y de “comprender que es imposible rebelarse contra el devenir” como dice la canción.(Por cierto, la canción, por si alguien se lo pregunta es "El momento más feliz"  de "La casa azul")
Pues este señor tendrá mas razón que un santo. Y habrá pasado su vida pensando cosas profundas, sin perder el tiempo mirando comedias románticas de Doris Day, pero aquí desde el siglo XXI, le podría demostrar que hay cosas que no cambian. Por ejemplo, yo. Más que nada, situaciones que parecen repetirse como si estuviéramos atrapados en el tiempo. (Dios mío, 15 líneas y dos referencias a cine tonto...tengo que decir en mi defensa que a veces miro las películas que recomiendan los críticos de cine, casi nunca las disfruto y creo que ellos tampoco, pero las veo, porque alguna vez entenderé alguna y sabré que ha llegado mi cénit mental).
Pues eso, que sin entrar en detalles, diré al Sr. Heráclito que soy muy capaz de tropezar una y mil veces con la misma piedra. Así que debo suponer que yo, o más bien mi actitud escapa a ese cambio. Y no es que no le ponga voluntad. ¡¡Yo quiero cambiar!! Me encantaría estar en una conversación y decir exactamente lo que pienso. 
Pero muchas veces me limito a asentir y no discutir. En mi cabeza se producen conversaciones paralelas, y tiendo a pensar, podría haber dicho esto, o esto otro...y debo decir que en mi cabeza acostumbro a ganar la batalla dialéctica.
Con lo bonito que es discutir. Defender tu punto de vista con alguien que no grita ni se cierra en banda, aunque piense algo distinto que tu. Creo que se está perdiendo este arte.

Me prometo a mi misma intentarlo. Sucumbir al cambio. A mi cambio de actitud, y darle la razón a Heráclito el Oscuro. Todo cambia. Todos cambiamos. Hasta yo.

martes, 21 de agosto de 2012

Llega el invierno: Juego de tronos


Hace unos días que me he aficionado a combatir el calor a base de pasar mis tardes medio a oscuras, refresco en mano y disfrutando de series de televisión.
Concretamente mi última preferida es “Juego de tronos”.
Sí, me paso las horas de calor extremo viajando de “Invernalia” a “Desembarco del rey”.
Para los no iniciados en la serie, diré que es una ficción basada en las novelas de George R.R. Martin, un señor de cara afable y con un rincón misterioso en su cerebro donde entre bosques, cuervos y lobos nacen estas historias.
Que envidia, poder crear algo así.
Yo no he leído los libros. Mal hecho, lo sé. Pero me dejé seducir por la cara de Sean Bean, patriarca de los Stark y me rendí a la serie de la tele directamente. No sé que caras habrían tenido los personajes si los hubiera conocido antes que el director de casting.
Lo que me llama de atención, a parte de la lucha de poder, la magia y el encanto de este falso reino medieval…son los personajes. No puedes evitar sentir simpatía por más de uno.Están tan bien definidos y sufren tanto que a veces sientes su dolor demasiado cercano.
El codiciado trono de la serie, es la meta final de juegos políticos, alianzas increíbles, traiciones y crueldad, mucha crueldad.
Un amigo que se está leyendo las novelas, me dijo que le sorprendía la manera en que el autor maltrataba a sus personajes. Lo entiendo, pero puede que una parte de nosotros desee ver, más que la desgracia en sí, la lucha contra esa desgracia. Al fin y al cabo lo que define a un hombre no es lo que le sucede, sino como se enfrenta a lo que le sucede.

A parte de la lucha por el poder, en  Poniente (el lugar donde transcurre la acción) se acerca el invierno. El invierno puede durar varios años, y se sabe que el que está por venir será especialmente duro.
No puedo evitar pensar en que aquí, en la vida real, también se acerca el invierno, y que seguramente será largo y duro. Y tiendo a imaginar que a lo mejor todos somos personajes de una obra. Puede que otro George R.R Martin esté ideando destinos, aventuras y desgracias para todos nosotros. Ojalá el guión de un giro hacia la comedia. Aunque algunos dicen que la comedia no es más que tragedia vista con distancia…
Mejor sigo refugiada en mis ficciones. Por mal que lo pasen siempre es mejor que leer el periódico.
Termino recomendando a todos, a visitar Poniente, a conocer a los Stark, a los Lannister y a los Targaryan. Sea en el formato que sea.
Y que nadie olvide que “Llega el invierno”. Así que mejor disfrutemos de la ola de calor.

lunes, 13 de agosto de 2012

Auge y caída de Alan Smithee. Cuento de Verano.


El sindicato de Directores Americanos del mundo del cine, la DGA, tiene (bueno más bien tenía), un nombre que se utiliza cuando un director, por lo que sea, no quiere firmar su obra. A veces cuando la película pasa por edición y montaje, el director ve el resultado como algo a años luz de su proyecto. O simplemente algo que no es lo que quiere transmitir. Es entonces cuando pide a la DGA que le conceda el “Alan Smithee”.
Esto ocurre porque antes de 1968, año en que el ahora prolífico Smithee, realiza su debut, la DGA no permitía los pseudónimos.
Y este señor, si lo “googleas”, tiene tantas producciones que empiezo a sospechar que sí existe de verdad.
Es más, en las aburridas y calurosas tardes de verano, cuando dedico mis horas a imaginar cosas imposibles, me ha asaltado una imagen de Alan delante del ordenador.
Sí señor, Alan Smithee, en claro-oscuro, en blanco y negro y con una risa maligna y acariciando un gato (vale estoy un poco de verano y en mi mente viven superhéroes de Marvel y supervillanos…), en fin Alan Smithee que ha cobrado vida por eso de que si todos creemos en algo al final existe, está navegando por la red y frotándose las manos.
Primero escucha una canción de mi supervillano preferido, el cruel “Pit Bull” y espera con paciencia a que este hombre pida un Smithee para toda su carrera como intérprete de canciones de dudoso gusto y decididamente malignas. Después navega por las páginas de actualidad y piensa que no hay porque quedarse en el mundo del espectáculo y que el gobierno debería firmar sus decisiones con el nombre de Alan Smithee. Alan, cual lecherita del cuento, empieza a soñar y se ve como un moderno hombre renacentista capaz de firmar cualquier cosa. De la política se pasa al teatro y esperanzado por las algunas de las casposa producciones ya se ve recogiendo el Tony al lado de Stephen Sondheim y del sobrevalorado Lloyd Webber. Y para el final, lo mejor, la librería, porque Alan siempre ha soñado secretamente en ser escritor, y cuando descubre la saga “Crepúsculo” sabe que ha llegado su momento.
Pero pasan los días, y nadie se decide a pedir un “Alan Smithee”…Alan, triste se pregunta por qué. ¿Acaso los autores y creadores en general han perdido la vergüenza? ¿Acaso siempre están orgullosos de sus obras?
El pobre Alan, no sabe a que atenerse, él, que ya se veía viviendo en un chalé con piscina y codeándose con los “más”.
El pobre Alan, se da de bruces con una realidad gris y oscura, sin entender por qué hay gente que se va a dormir con la conciencia limpia y tan satisfechos.
No entiende nuestro mundo. Y es que a algunos les cuesta entender la mediocridad. Pobres


jueves, 31 de mayo de 2012

CON LA MÚSICA A TODAS PARTES...




No toco ningún instrumento. Tengo un sentido del ritmo bastante limitado. Y de pequeña cuando me apuntaron a una actividad extraescolar me dieron a elegir entre estudiar inglés e inglés. Si pudiera volver atrás en el tiempo, cogería a esa mini-Sofi vestida con jerséis de lana que le tejía su abuela y le pondría una guitarra en la mano, o una trompeta o unas maracas...lo que sea, para romper el hielo, para aprender solfeo, para poder leer una partitura... y es que una de las cosas de las que más me arrepiento es ser una lerda absoluta en el tema musical.
Aún siendo una profana en el tema musical, la música es importantísima en mi vida. Hay momentos en que querrías que el encargado del montaje pusiera una banda sonora al paisaje, instantes en que pudieras decir: “Si ahora sonara una canción de Van Morrison esto sería perfecto”. Agradezco a quien tenga que agradecer que se ha inventado el mp3. El mío es caótico y variado. Si alguna vez lo pierdo y alguien lo escucha, oirá una mezcla de Cole Porter, Bruce Springsteen, Goo Goo Dolls, Nina Simone, Ana Belén y...vale también tengo una de Paris Hilton.
Y aunque siempre voy con la música a cuestas, pienso que hay que ver la música en vivo.
Sí. La envidia sube hasta el infinito cuando estoy en un concierto en directo. A veces veo el diálogo entre los instrumentos y pienso que eso, es algo que yo nunca podré hacer. Pero yo sigo yendo, palmeando, respirando cada nota. Porque mejores o peores siempre hay algo bueno en cada concierto. Y hay una diferencia abismal entre escuchar la música y vivirla.
No nos engañemos, tal y como están las cosas, hay pocos músicos que se dediquen a su profesión por dinero. (Menos “PitBull”, creo que ese señor es un mercenario violador de melodías, y en mis rezos siempre hay un lugar para pedir que ese hombre nunca, nunca, nunca tropiece con las canciones de Sondhaim o Porter... Aún así, respeto a todos sus fans, poco, pero los respeto). 
Y como seguramente no me tocará la lotería y no podré montar un festival en mi pueblo, he decidido que voy a dedicar el próximo verano a ver conciertos. Y estoy segura que en otoño seré un poco más feliz. Ojalá coincidamos en alguno.
Como dicen en catalán “A l’estiu, música en viu”.



miércoles, 25 de abril de 2012

I am what I am...


A veces la vida se parece a un salón de espejos. Todo depende de lo que estés mirando. A veces escondida entre las sombras oyes cosas que te alegran la vida, a veces oyes cosas que preferirías no saber.
Todos tenemos más de una imagen de nosotros. No las voy a enumerar todas, porque cada uno tiene las suyas que pueden ser 2 o 200. Diré que yo tengo una que voy descubriendo día a día, y que en alguna ocasión me ha sorprendido. Es la imagen que tengo de mí misma. Yo solita. Ante el espejo. Sin máscara ni careta. Esa imagen que nadie nunca conocerá tan bien como yo. (Por si alguien me imagina desnuda frente a un espejo, estoy metamorfoseando sobre mi personalidad, hay que decir que ella, en bikini está más morenita y no le sobra ni un kilo, una pena que en la playa no me vean así...). En fin, esa imagen sincera y sin aditivos. Esa que nadie nunca va a conocer más que nosotros.

Tengo otra imagen. La que creo que proyecto a los demás. Esa, es cambiante como ella sola. Hay días en que esa imagen es segura de sí misma y pisando fuerte, como un mix de un anuncio de yogures, compresas y teléfonos móviles de última generación. Sí, hay días en que esa imagen me da muchas satisfacciones, pero desgraciadamente es como una estrella fugaz, brillante y de corta duración (sí, eso sale en “Blade Runner”). Porque siempre llega un momento en que ese yo de anuncio, pasa por delante de un escaparate y piensa ¿quién es esa señora de allí? Anda! Si soy yo. Y de repente el anuncio de yogures lo protagoniza Aída (no Carmen Machi sino Aída...).
Esa imagen que creemos que damos a los demás puede ser confusa y variable según las circunstancias. Todos nos sorprendemos al saber que caes mal a alguien que te gusta, o nos quedamos de piedra cuando sabemos que alguien a quien sólo saludamos en el ascensor habla bien de ti.
Voy a contar una anécdota. Tan real como lejana en el tiempo.
Hace muchos años, yo estuve viviendo en Irlanda por eso de mejorar un poco el inglés. Era verano, yo había quedado con alguien en el punto donde se cita todo el mundo en Dublín, la estatua de Molly Malone. Yo llevaba un vestido rojo y unas sandalias negras. Pero como la tarde estaba revueltilla, me puse encima una chaqueta, era una chaqueta deportiva impermeable, una de esas Karhu que estaban de moda en los 90. (Aún la tengo y aún la uso). A mi lado se sentó un grupo de estudiantes que empezaron a hablar en catalán. Yo estaba mirando si llegaba mi cita que empezaba a tardar cuando de repente oigo “Será hortera, sólo puede ser irlandesa, en España nos pondrían una multa por ir así por la calle, chaqueta azul y blanca con un vestido rojo!!”
¡Toma ya! Tenía a unas aprendices de Ann Wintour sentadas a mi lado. Yo me quedé helada. Y la verdad es que la curiosidad por si me seguían criticando mezclado con altas dosis de cobardía me impidieron decir nada. Las chicas haciendo leña del árbol caído, continúan cantando las excelencias de mi atrevido atuendo. Yo allí sentada entre avergonzada y más avergonzada cuando pasa una amiga de Madrid, se para y empezamos a hablar en castellano. Las chicas empiezan a dar grititos y saltitos de nervios pero se calman en cuanto ven que mi amiga se marcha y yo vuelvo a sentarme sin decir nada, ellas por supuesto continúan hablando. Oigo como dicen que al ser castellana no he entendido nada de lo que han dicho. De repente una se levanta, y dice “Voy a comprar chuches ¿Queréis algo?” Al levantarse veo que tiene un chicle pegado en el pantalón. Y yo...en mi perfecto, rural y agradable catalán le suelto “No hace falta que compres chicles, tienes uno en medio del culo”.
En mi interior sonaban aplausos y ovaciones por el don de la oportunidad y mi sagaz comentario, y allí estaba mi cita, que no llegaba en caballo blanco pero sí con prisas porque había perdido el autobús. Creo que ese fue uno de los mejores momentos de mi vida. Digno de un gag. De repente mi yo de anuncio de yogures se levantó y el vestido rojo bajo chaqueta karhu nunca me había sentado tan bien.
Lo que quiero decir con esto, es que no importa lo que nos pase, sino como nos encaramos a ello. Que los demás siempre hablarán de nosotros, y muchas veces mal, pero esto no debería frenarnos para ser como somos. Y que no podemos gustar a todo el mundo. Pero siempre podemos gustarnos a nosotros mismos.

miércoles, 29 de febrero de 2012

Los realities y yo. Una historia de desamor.

No lo puedo evitar. No soporto los reality shows. No los miro a escondidas. No me interesan lo más mínimo. Y además tengo la malsana costumbre de juzgar a la gente que habla de sus participantes, como si fueran amigos de toda la vida. Los juzgo igual que juzgo a los que hacen faltas de ortografía. Una parte de mi (bastante "hijaputilla" por cierto) se cree superior a la gente que sufre y/o disfruta con el edredonning, los cuernos o las supervivencias en islas que, la verdad, nunca visitaré.
Se que está mal juzgar tan alegremente a los demás, se que estoy produciendo un mal karma que un día se volverá contra mi y me reencarnaré en concursante de "Gran Hermano". Pero no puedo evitarlo. Cada vez que oigo a alguien anónimo, por la calle, hablando de "los chicos de la casa" me viene urticaria. En serio.
Una vez me puse a pensar porque la gente mira estos programas, tan reales como la vida misma, (¡¡y un cuerno!!) y se aburren con verdaderas joyas que pasan desapercibidas por culpa de los horarios y los cambios de programación.
Creo que una de los factores importantes en el éxito de los realities
es la interactuación. Me explico. Tu votas. Tu decides. Igual que los libros que leía de pequeña con finales distintos. Si entras a la pirámide pasa a la página 12, si no entras pasa a la página 15...
Pues eso, que creo que el telespectador juega un poco a "ser Dios".Como en la vida real no puede encararse con la golfa de su vecina, castiga a la golfa de dentro de la casa. Como en la vida real el guapo nunca se queda con la tímida (se va con la golfa, y bien que hace), en el reality se premia al guapo enamorado de la cenicienta.
Mentes maliciosas, pensaran que entiendo mucho de realities para no ver ninguno. Pues antes de que me decapiten con comentarios furiosos, lo digo; algún pedazo he visto, pero ¿a que tu no has visto nada de  Lars Von Trier? (Yo sí, aunque no he entendido nada).
En serio, ya se que una cosa no está reñida con la otra, y ya se que no todos los que no ven realities se quedan los viernes por la noche a leer "Ulises" de Joyce, pero a estas alturas no nos vamos a engañar, estoy segura que acierto en un 80% a que los que ven los realities y sufren empáticamente con los concursantes tampoco leen a Joyce. No quiero pecar de paternalista. Puesta a pecar mejor peco de gula o de lujuria que es más divertido. Pero la verdad es que habría que re-educarnos. Me incluyo. (La soberbia nunca ha sido uno de mis pecados).
Sí. Soy snob. ¿Y qué? Tampoco me gusta "House" aunque muchos digan que es una serie de culto. A ese señor lo ponía una noche de sábado en urgencias, con recorte de sueldo incluido y se le pasa la mala leche.
Parece que esté hablando alguien que no mire nunca la tele. Pues no es verdad, cuando yo nací entró la primera tele en mi casa y le tengo un gran cariño, mis mejores momentos de la infancia van más ligados a "La bola de cristal" y Alaska que a los juegos de "churro, mediamanga, mangotero" o a corretear libremente en verano por las plazoletas... aunque últimamente creo que ha llegado el momento de darnos un tiempo y pensar seriamente en nuestra relación.
Haciendo gala de mi famosa tolerancia y buen entendimiento acabaré diciendo que cada uno mire lo quiera, (allá él con su conciencia), que yo seguiré de mirasabidilla (es mi karma y hago con él lo que quiero),  y que si lo que mandan son las audiencias, Dios nos pille confesados.

lunes, 27 de febrero de 2012

Superhéroes.

Me gustan los superhéroes. Soy una fan de Superman, Batman y Hellboy. Vale y de Superlópez. Que es más de aquí.
A veces he discutido con algún amigo sobre el mejor y el peor superpoder. Creo que el más triste es el de la invisibilidad.
Porque para entrar en un sitio y que nadie te haga caso, pues me voy al banco a pedir un crédito. Y para enterarte de lo que hacen los demás, pues miro en su perfil de Facebook. Así que creo que el pobre hombre invisible hoy en día vería su poder/mutación totalmente innecesaria y bastante molesta.
El mejor superpoder, después de meditarlo mucho.... pues no tengo ni idea. Puede que el mejor superpoder sea ser afortunado. Pero claro, eso en cómic o en película no creo que resulte demasiado.
“La apasionante historia de una mujer que tenía suerte, llegaba en el momento oportuno, siempre estaba en el lugar adecuado, nunca perdía un tren...” No, decididamente gancho comercial, no tiene.
Para que existan los superhéroes hay que tener supervillanos. Nadie empatiza con el pobre supervillano. Y aunque no lo creamos seguramente compartimos más rasgos con éste que con el superhéroe. Porque el Villano es siempre alguien humano, lleno de contradicciones y debilidades. ¿Puede que solo sea fruto de las malas decisiones?
O puede que no, puede que sea alguien cruel y despiadado. Alguien totalmente fiel a Satán y que cree en el mal, en el despido libre, la sanidad privada, las dietas bajas en calorías y en el reggaeton.
Quien sabe.
El caso es que en la ficción, siempre que hay problemas viene un superhéroe a salvarnos la papeleta. Así que si lo pensamos bien, la figura del superhéroe no es más que un reflejo de nuestras carencias. Superman, Batman y hasta Superlópez son una muestra de nuestra inutilidad.
A lo mejor su misión no era salvarnos de los malos, sino enseñarnos que hay esperanza.
Habrá que decidirse y elegir. ¿Seguir sentados hablando de superpoderes, o aprender a volar?
A luchar. Ponernos la capa y salir a la calle a rendir cuentas con mal. 

sábado, 28 de enero de 2012

Nostalgias y "Get backs"...

Yo creí que uno de los signos de que los mayas tenían razón y el fin del mundo llegaba el 2012, era que “Pit Bull” y sus duetos triunfaran en el mundo de la música. El mundo está cambiando a mi alrededor y a veces parece que te cuesta un poco adaptarte a él. Después hablas con la gente y descubres que no eres la única, sino que este desasosiego tiende a ser un viral. Todos tenemos smartphones, aplicaciones totalmente inútiles, discos duros, y una plena desconfianza en el futuro que nos viene.
Al mismo tiempo, parece que está de moda entre la gente de mi generación colgar cosas en las redes sociales que nos distinguen de los demás. Hay fotos diversas: De los muñequitos Airgam boys (¿se escribe junto o separado?), de los plastidecores, de las plantillas para dibujar la península ibérica y de preguntas sobre la relación entre un cassette y un boli Bic.
Además últimamente he asistido a más de un evento “revival”.
Un día de las fiestas locales de mi ciudad (pequeña ciudad), vino a tocar el grupo “La Guardia”, yo confieso que no creí en el proyecto desde el primer momento...pensé ¿A quién le interesa volver a leer las cartas del cajón?...y de las mil calles que llevan hacia ti ¿has escogido ya alguna o sigues dando tumbos sin saber cuál elegir?...
Pues sorpresa sorpresa, el día del concierto hubo un llenazo total. Gente a la que hacía años que no veía, estaban allí en la carpa con la cerveza en la mano coreando a pleno pulmón. En serio. Yo iba pasando lista de la gente y pensando ¿Pero dónde se habían metido todo este tiempo?
El caso hubiera quedado en anecdótico si no fuera porque un incidente aislado es una cosa única, dos incidentes una casualidad, pero tres incidentes y suma y sigue ya empiezan a marcar una pauta.
Sí señores, la generación de la margarina tulipán que llegaba en helicóptero, de las magníficas mañanas de los sábados con “La bola de cristal”, y de los que olvidábamos los donuts...hemos salido del lado oscuro. Parece que la nostalgia nos da esa seguridad que habíamos perdido, nos sentimos a salvo entre nuestros semejantes. Y cada vez nos reunimos más a menudo.
Hemos crecido, algunos se han reproducido, hemos cogido responsabilidades que juramos que no cogeríamos y la vida nos ha llevado por distintos caminos.
Sin embargo, un día te encuentras conduciendo y tarareando a los “Madness”, y te sientes como los músicos que se reúnen después de mucho tiempo se deben sentir, como si volvieras a casa, como si en un metafórico viaje al pasado, el adolescente que en el fondo nunca has dejado de ser, tomara otra vez tu cuerpo y reconquistara tu vida. Por un instante, sólo por un instante, vuelves a ser capaz de conquistar el mundo. Es como si el pasado, como si cada una de tus pequeñas y grandes experiencias se juntaran en forma de gasolina y te dieran la fuerza suficiente para encararte con el futuro. Y es esa adrenalina la que deberíamos conservar para poder soltarla de vez en cuando y decir...”Es mi mundo, y tengo mucho que contar y mucho que exigir”.

EL CREADOR DE DISTOPÍAS

  Tengo un amigo que ama las distopías. Escribe sobre ellas y parece que todo lo analiza con precisión quirúrgica, cuando lo imagino delante...